ME PILLAS ESCRIBIENDO

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EXPECTATIVAS
01 OCT 2025 | Volver
Este fue un relato corto de menos de 5.000 caracteres para la IX edición del certámen de relato corto de Fomento Hispania. Pensé que era una oportunidad excelente para reencontrarme con Las Tortugas antes de empezar a escribir su segunda novela.

Por fin rompieron la mala racha. El alboroto reinaba en el vestuario. —¡Alegra esa cara, Emma! —gritó Marina—. Ya puedes respirar. Emma sentía alivio por la victoria. Aún podían recuperar la distancia. —Déjala —intervino Eva—. Emi lo pasa mal cuando perdemos. Llevaba un peso enorme. —Peso, el mío. —Marina apuntó con su pulgar hacia atrás. Su hermana se apoyaba en sus hombros mientras le mascaba rítmicamente el pelo. —¡Aury! ¡No seas marrana! —la reprendió Nita. —Da igual —contestó Marina—. Es mi máscara capilar. —¡Qué raritas sois! —dijo Susana asqueada. Acababa de entrar en el vestuario con Araña. —¿Qué pasa? —preguntó Ada, con su pequeña voz, como el resto de su ser. —¡Esa pe…! —Araña se contuvo un instante—. La tipeja de Las Iguanas… Me ha enganchado la manga… ¡Me encantaba el dibujo! Se dejó caer sobre un banco. Quien no la conociera, pensaría que iba a salir con su banda de moteros a zurrar a aquella chica, pero entre Las Tortugas ya se conocía que su dureza era solo aparente. —Tatúate de verdad. Silencio. La única que podía atreverse a insinuarle aquello era Marina. Ella la miró divertida, sabiendo la respuesta que iba a recibir. —¿Quieres que te cruja? ¡No puedo hacer eso! —Porque te dan miedo las agujas. —¡No me dan miedo! —Araña se puso colorada al ver que había sonado como una niña pequeña—. Bueno, aparte. —Ya… —Marina se sentó junto a ella. Le acarició un hombro y enseguida apartó la mano, antes de que se la mordiera—. Tu madre, la embajadora, y el mundo de princesas y colegios privados en el que vives tu otra vida, no lo aceptarían. Araña asintió. Ella siempre era la dura, la que imponía respeto y lo tenía todo controlado. Desde que estaba con ellas se había vuelto más vulnerable y no le desagradaba. —No estás sola en esto. —Continuó Marina—. Se trata de expectativas… Las de una madre para con su hija —añadió con tono solemne. —No entiendes… —¡Vaya si lo entiendo! —Marina se soltó su melena y tiró de ella para enseñársela a Araña. Aurora seguía enganchada—. ¿Qué crees que me dice mi madre cuando me ve el pelo lleno de babas? ¿”No te preocupes, ya sabemos que tu hermana es especial” —hizo el gesto de comillas con los dedos— “No puedes hacer más por mantener tu pelo limpio. Toma 20 euros.”? —¿Qué tienen que ver los 20 euros? —preguntó Susana, agotada por la cháchara de Marina. —¡Ay, ratona! Una chica puede soñar… —¡Quita de encima! —Susana se zafó de ella y se incorporó—. ¿Es ese tu problema? Esto no va de babas ni dinero ni de carísimas academias que abren las puertas de conservatorios en países aburridísimos que no quiero conocer. Las chicas se miraron sin decir nada. —¿Para qué narices quiero tocar la tuba? ¡Qué pasa si quiero tocar la guitarra en el Metro! ¡Si no quiero ser como mi madre! —Ostras, Susana… —murmuró Coral. Susana se dio cuenta de que había hablado de más y se sentó de nuevo, viendo de reojo sonreír a Marina mientras decía “tuba”. —Yo estoy agotada de tener que ser perfecta —habló Nita. —Sí que se te ve estresada, amiga. —Ayudaría que dieras un palo al agua de vez en cuando, Marina, ya que somos amigas. —Entonces no sería yo. Mira qué carita te pone Aury… —Le puso delante la cara de su hermana haciéndola boquear como un pez. —A nosotras nos da por hecho —habló Coral. —Como siempre estamos juntas, no se preocupan… —añadió Carla. —Haberos pasado más de un año por una sola también habrá contribuido —contestó Susana. —Somos tres —dijo Carla. —¿Qué? —¿O seremos cuatro? —habló Coral. —Equipo de trastornadas… —murmuró Susana. —Como ves, Araña —continuó Marina—. Todas tenemos que aguantar a nuestras madres. —Yo no. Se volvieron para ver a Emma, que aún llevaba la camiseta bañada en sudor y cada pelo de su cabeza mirando a un lugar distinto. Emma se sorbió los mocos y se limpió la nariz con la mano. —¿Qué pasa? —preguntó confundida. —¡Ay, Emi! —habló Eva—. Debes hablar con tu madre. —Bueno, excepto la vagabunda aquella, que no sabe nada que no sea voleibol… estamos todas igual. —A mí… —Empezó a hablar con timidez Ada—. Quiero decir… Yo no conocí a mi madre, no sé qué esperaba de mí. Me gustaría que estuviera para obligarme a hacer algo. Ahora todas miraban al suelo. —Yo también echo de menos a la mía… Y a mi padre —añadió Eva. En medio de aquel silencio sepulcral, Penélope, que llevaba desde el principio durmiendo sobre uno de los bancos, se incorporó y se estiró como un gato. —La mía me dice que duerma más de noche. —Te lo decimos todas —contestó Araña. —Yo le digo que sí. —Como a nosotras —contestó Nita esta vez. —Pero no lo hago. Penélope se acercó a Araña, tiró de un par de hilos de la manga y la dejó bastante mejor de lo que estaba. Araña la miró boquiabierta. —Ella es feliz porque la escucho. Yo soy feliz porque, con eso en mente, hago lo que considero. Cada una tiene su máscara; lo difícil no es quitársela, sino saber cuándo dejarla puesta. ¡Venga! ¡Hoy se ven las Leónidas! Penélope salió del vestuario al tiempo que la madre de Marina y Aurora entraba. —¡Que nos va a cobrar más el autocar! ¡Marina! ¡Menudos pelos llevas!

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