ME PILLAS ESCRIBIENDO

la caravana
relatos
LA CARAVANA
02 JUL 2025 | Volver
Escribí este relato corto para la edición de 2025 de Relato 48. Sirva como primera aportación a mi colección de... ¡relatos sin premio!

Estoy agotada. Agotada y enferma. El sol en lo alto me avisa de la llegada del mediodía; esta vieja autocaravana ya no da la hora, pero nos ha llevado y nos está trayendo ahora de vuelta. Es toda una vieja heroína. Vamos bien de tiempo; no quiero estar en la carretera cuando caiga la noche, con tantos obstáculos en el camino que ya nadie va a apartar. Me gustaría descansar un rato, cerrar los ojos unos minutos, pero… No, aquí no será donde lo haga. ¡Qué bien me vendría algo de música! Cuando apareciste en mi puerta con tu asombrosa petición, pensé que sería agradable volver a escuchar música sin parar durante todo el viaje… ¡La autocaravana más cutre que te encontraste por el camino! Giro el dial porque por un momento he pensado que ocurriría un milagro. Estática. Lo único que se podía oír ya. A lo mejor el milagro fue ese, que aparecieras de nuevo en mi vida.

Me demoré en abrir la puerta. Hacía días… ¡Semanas! Tanto tiempo sin que nadie la golpeara y algo más desde que sonara mi móvil por última vez: Unos timadores con el cuento de la factura de la luz. ¡Hasta en aquellas circunstancias había gente intentando robar a pobres incautos… ¡Que se lo queden! Seguro que algo podrán pagar con ello en el infierno. Abrí pensando que había sido mi imaginación y la idea se me hizo más plausible cuando vi que eras tú. ¿Cuánto había pasado? Al menos un par de años… ¡Qué lejos quedaban los tiempos en que bajábamos juntos a casa desde el colegio! Y después fue el instituto y la universidad. Toda la vida juntos hasta que te echaste novia, te casaste, tuviste a tu hija… Y yo, de gañán en gañán, tomando decisiones estúpidas con mi estúpida cabeza. Claro, ¿qué se podía esperar? Hombres, trabajos… Todas grandes decisiones fallidas… ¡Me dieron 48 míseros euros por aquel trabajo denigrante! Yo, que pensaba que iba a triunfar… Eso me dijeron. Eso me creí. Ahí estabas de verdad, como cuando nos conocimos. Yo, encerrada en el pequeño armario de la clase en Infantil sin intención alguna de salir a enfrentarme a todos aquellos niños extraños; tú, llorando con todas tus fuerzas tirado en el suelo por el susto que te llevaste cuando lo abriste. ¡Menuda armaste! El primer día de colegio el llanto se propaga como… Lo siento. No buscaba un símil tan apurado. Te vi tal y como te recordaba… No, es mentira. Estabas ya tan enfermo, luchando por decir cada palabra. Con lo fuertes que eran tus abrazos y lo segura que me sentía en ellos. Ahora apenas te podías tener en pie sin apoyarte en la pared. No sé cómo pudiste conducir esta tartana desde tu casa hasta la mía. Se veía en el frente de la autocaravana que habías tenido que arremeter contra alguno de los numerosos vehículos abandonados en la carretera. Pero, claro, por tu hija no te podías rendir. No lo hiciste jamás por mí, ¡cómo ibas a darte por vencido con ella! Y yo me sumé sin pensarlo y sin estar completamente segura de que no estaba viviendo una alucinación. Me costó comprenderlo todo, pero parece que en esta cabeza mía que tanto desprecio quedaba algo de sensatez para acompañarte… acompañaros. Total, ¿qué otra cosa iba a hacer? ¿Esperar la muerte mirando por la ventana las horas o pocos días después de la primera tos? Era mejor salir a la carretera en una autocaravana del paleolítico con mi amigo de la infancia para llevar a su hija a cumplir su último deseo.

Te estoy viendo sobre la cama por el espejo retrovisor. Bueno, solo los pies, que asoman fuera del colchón. Es increíble lo amplias que son estas cosas por dentro y lo aprovechado que está el espacio. Si me dieras algo de conversación se me haría más fácil el tramo final. ¡El viaje que me diste al principio! Te empeñaste en seguir conduciendo tú, aprovechando que la niña dormía, decías, pero casi lo acabamos antes de empezar. No dejaste el volante hasta que viste que era imposible que pudieras permanecer despierto. Te convencí para que fueras a echarte un rato. Cinco minutos, diez, dijiste. ¡Ja! ¡Diez horas llevo en total desde entonces! Y las que me quedan… De hecho, no despertaste hasta que llegamos. Créeme que fue un auténtico hito, un milagro, otro. Yo, conduciendo algo así por primera vez, conduciendo en un país diferente también por vez primera, intentando orientarme sin GPS, con los mapas amarillentos que, vete a saber por qué, conservaba el anterior dueño de esta cosa… Está claro que alguien te tiene mucha estima, allá adonde vamos.

La siesta te sentó bien. Te levantaste como un resorte, mucho mejor que cuando llamaste a mi puerta, como si hubieras pasado lo peor y estuvieras emprendiendo el camino de la recuperación. No querías perder ni un segundo para enseñarle a tu hija lo que tanto deseaba ver y había mucho. Naturalmente, las atracciones no funcionaban, pero esta empresa sabía crear mundos mágicos, no solo para niñas pequeñas. Aunque las fuentes estaban secas y oxidadas, aún se adivinaban los colores que indicaban el inicio de una nueva temporada. Había pedazos de globos atrapados en los árboles, los únicos que rebosaban vida, ajenos a lo que estaba ocurriendo en el mundo. ¿O no? No lo sé. Tampoco había música, no había gente, solo restos que el viento levantaba y volvía a dejar caer sobre el suelo. A mí me parecía precioso, llámame rara, y afortunadamente muy pocas personas decidieron acudir a aquel lugar a pasar sus últimos momentos, así que la vista se encontraba despejada. Supongo que los animales habrán tenido algo que ver en eso también. Me encantó poder verlo una última vez y tú estabas exultante por haber cumplido su deseo. Al menos pudiste vivir esa experiencia antes de morir… Fue toda una proeza que pudiera cargarte hasta la cama yo sola y en mi estado, ya que tu hija no podía ayudar. ¿Qué podía hacer entonces? Volver, claro. No es que hubiera mucha diferencia entre haberte dejado allí mismo y llevarte a tu casa, pero… Bueno, después de tanto tiempo sin vernos, no pensarías irte sin más, con todo lo que me quedaba por decirte.

El sol ya está bajo y el cielo se pinta de naranja y rojo. Ya estamos en tu casa. Perdona que me haya golpeado contra la farola; la vas a tener que ver torcida enfrente de tu ventana por el resto de la existencia. No puedo más. De verdad que no puedo más. Pero me miras con los ojos cerrados desde tu corazón al mío y me das las fuerzas necesarias. “Aguanta un poco más, inútil”, me digo, “Solo un esfuerzo más”. Perdona los golpes. Menos mal que dejaste todo abierto porque no sé si habría sido capaz de levantarte del suelo una o dos veces más. Menuda casa bonita… Cosa de tu mujer, no creas que me engañas. ¡Qué bien te casaste! Bueno, es que si no, no te lo habría perdonado. Ya que ibas a alejarte de mí, qué menos que hacerlo por alguien que mereciera la pena de verdad. Supongo que por eso yo no encontré a nadie, aunque he de decir en mi defensa que pensaba que iba a tener más tiempo. Todos lo pensábamos, ¿no? Ya estamos en el patio trasero, en este jardín tan asalvajado. Una jungla en miniatura. Y ahí está la zanja. Es grande, ¿eh? Se nota que lo hiciste con cariño. Debajo de una manta térmica, tu mujer, con su almohada bajo la cabeza, sobre unas toallas a modo de colchón y sin una sola arruga en su ropa. Podría pasar por dormida, si no fuera por la descomposición. Y al lado, tu hija. Lo siento, prefiero no comprobar su estado, ahora que su cuerpo y tu alucinación se han reunido. Pobre. Ya no le debe de importar no haber visto nunca aquel parque de atracciones tan maravilloso, aunque quiero pensar que lo ha vivido a través de ti y de tu imaginación. En fin. No me queda mucho tiempo y la noche está ya al caer. Te voy a colocar junto a ellas y perdona que no tenga una almohada ni toallas a mano. Al menos dejaste una manta más aquí. Te acomodo como me deja mi pulso tembloroso, torpemente, intentando devolverte la dignidad que la enfermedad te quitó, a la vez que toso sin control sobre ti. ¿Qué esperabas? Nunca fui perfecta… Nunca fui nada, en realidad. Al menos para el resto. Para ti era la pequeña calamidad a la que había que rescatar cada dos por tres de un aseo insalubre en una discoteca cualquiera. Ya estás en tu sitio. Solo falta arreglarte un poco el pelo con los dedos. Sé que ya no importa, pero no es por ti, sino por mi. Os veo a los tres y pienso en lo felices que debisteis de ser y siento envidia y pena de mí misma por no haber sabido compartir esa felicidad. Quizá en otra vida habría sido la tía loca con una habilidad especial para preparar pasteles quemados y que incitaría a su sobrina a hacer locuras y cosas que desquiciarían a sus padres. Me habría gustado conocerla bien. A la pequeña. Quizá en otra vida habría sido siempre de los tuyos. Me estiro junto a ti. ¿Te importa si la compartimos? La manta. Yo solo necesito taparme hasta el cuello. El cielo empieza a llenarse de estrellas y quiero verlas mientras nos despiden. Estoy contenta y me muero, pero estoy contenta. Siento que aunque se nos ha acabado, he llegado a tiempo, por una vez. Cierro los ojos un momento. Si alguna vez vuelvo a abrirlos, espero que sea en un lugar en el que el tiempo no se nos escape entre los dedos. Ojalá pueda escuchar la música otra vez.

¿Te ha gustado? Copia la dirección de esta página pulsando en el botón y... ¡COMPÁRTELO EN TUS REDES!